lunes, 13 de agosto de 2012

La operación

  Acababa de salir por la puerta. La operación había sido dura, le entraron dudas durante el proceso, pero una vez empezada no se puede hacer como si nada hubiese pasado.  Recordaba las anteriores operaciones, siempre le habían resultado fáciles, bueno, tan fácil como una operación a corazón abierto podía ser, pero esta en concreto estaba siendo de lo más difícil, incluso ella misma creía poder sentir el dolor del paciente. 

  A medias de la operación no pudo evitar quedarse mirando aquella cara ahora dormida. Desde luego no era la primera vez que la veía, pero quizás si fuese la última. Sabía que su relación con esa persona que allí en la camilla  estaba tumbada no pasaría sino de eso, una relación entre médico y paciente,  meramente profesional. 

  Cerraba ya la herida tras depositar varias cosas en una bandeja, después terminaba de guardar los utensilios y miraba de nuevo los puntos que acababa de dar. Le quedaría cicatriz, pero era un buen precio a pagar por todo lo que había ocurrido. La anestesia le duraría otros tantos minutos en los que descansaría allí tumbado, ajeno a todo. Ella mirándolo por última vez deja a un impulso tomar su cuerpo y pega sus labios en la frente del paciente, retirándolos despacio tras un suave beso al que acompañaban un par de lágrimas. Decidida se da la vuelta y camina hacia la salida con paso firme y decidido, dejándolo solo.

  A decir verdad, aquello no era un quirófano, y por tanto no se había llevado a cabo ninguna operación. Además, seamos sinceros, ella tampoco era médico. Lo que sí es verdad es que se marchó por esa puerta con el trozo de corazón que le correspondía cuyo propietario era aquél que ignorando todo esto dormía en esa cama.

domingo, 22 de julio de 2012

Soul dance


 Pasaba por la plaza con el mandil doblado sujeto en esas finas manos que temblaban por el frío. Dentro unas manzanas botaban a cada paso de la ligera muchacha. La niebla apenas le permitía distinguir la luz que emanaba de la chimenea de aquella casona en lo alto de la colina. Dobló una esquina encontrando un oscuro callejón. Una intermitente nube de vapor le hizo fruncir el ceño extrañada por su origen. Tras la nube surgió una figura encapuchada cuyo color sólo se compara al de la muerte. Las curvas de sus prendas se deslizan suavemente hasta despuntar en un brillo metálico que sonríe cínicamente mientras apunta al pecho de la muchacha, la cual deja caer los frutos con expresión de amarga sorpresa, procurando un limpio corte en el abdomen de mano de su verdugo.

  El brillo apagado y las entrañas humeantes reposando sobre el empedrado mezclan el jugo de la vida con unos cabellos rojizos. El verdugo queda enfrente de tal escena observando detalladamente esos últimos borbotones de vida que surgen entre convulsiones.

-¡Eres un desastre!- exalta una apesadumbrada voz que surge a espaldas del verdugo -¿Así es como pretendes conservar la esencia?- la figura recoge con los labios una gota de sangre que corre en el cuello del verdugo dejando caer sus largos y dorados cabellos sobre el hombro de tan siniestro ejecutor – Límpiate, no quisiera que tu mujer nos fastidiara el juego, te queda demasiado por aprender...- le arrebata el mortal filo y lo recorre suavemente con la lengua, limpiando su original brillo.

-So... socorro- balbucea un delicado y ahogado hilo de voz desde el suelo.

-¿Qué tenemos aquí?, ¿Nuestro corderito se aferra a su decadente vida?- se agacha la rubia figura y acaricia la mejilla de la muchacha -No temas cariño, yo acabaré con tus penas- acto seguido se inclina lentamente sobre el pálido cuello en el que entierra los colmillos y sacia sus ansias de sangre.

  Mientras, el verdugo enfunda su “quitavidas” y recuerda todas las almas que junto a él comparten lecho cada noche, hasta que el sol entra por la ventana con rayos de luz que espantan a muertos y resucitan a vivos. Él observa a su mujer vestirse para un nuevo día a través de pequeñas partículas de polvo que danzan en cada haz luminoso.

  Cuando la extraviada hija de Lucifer acaba su festín se relame los labios y se incorpora hacia su compinche.

-Vamos, el puto astro asoma...- ambos se dirigen a la iglesia mayor.

  El primer canto del gallo hace eco entre las callejuelas cuando entran al templo.

-Trae- ella le arrebata el cuchillo -Ya sabes, esta vez que tu excusa sea más creíble- se dirige hacia la cripta cerrando el portón de hierro tras de sí.

  El verdugo agacha la cabeza ocultando su mentón en las negras ropas y toma asiento en uno de los bancos, observando cómo el cura sale de la capilla y comienza a preparar la ceremonia. Algunos feligreses entraban ya, entre ellos la mujer del sombrío criminal que se sienta junto a él.

-¿Dónde estuviste?-

-Tenía pecados que redimir...-


lunes, 18 de junio de 2012

La caverna


 La caverna estaba fría, habría hecho ya un par de semanas que llegó allí junto con otro par de individuos, aunque no eran los únicos allí. Estaban encadenados a una pared, todos cabizbajos observando de reojo aquella pared grisácea que les quedaba enfrente en el oscuro habitáculo. Como estrellas fugaces algunas sombras cruzaban de lado a lado bailando entre algunos haces de luz. Un escuálido muchacho observaba el baile de luz y oscuridad en la pared como si de una película se tratase, intentando descifrar algún mensaje que le diese una pista de su situación. Unos metros hacia la derecha una mujercilla que apenas superaba el par de décadas ocultaba la cara entre sus manos dejando caer hacia adelante sus cabellos, rompiendo en llanto ante la impotencia.


 Decidió que no podía resignarse sólo a mirar a la pared o a llorar hasta deshidratarse y  alzó la mirada hacia el techo. Como si su cuerpo hubiese estado espiando sus pensamientos, una fuerza sobrehumana corría ahora por sus venas. Las cadenas se rompieron en sus muñecas, deshaciéndose en pedazos como si sólo estuviesen hechas de arena. Con ansias de verdad y justicia se erguió de entre lo lúgubre y miró tras de sí. Una ola de humo se deslizó dentro de su nariz, y el olor a azufre le hizo mirar hacia el gran fuego, un fuego intenso y variable que aclaraba la vista y despertaba a la mente de las tinieblas. Unas figuras hacían penitencia en torno a la llama, sus capuchas sólo dejaban ver unas diabólicas sonrisas que soltaban alguna carcajada al mover el estandarte que cada uno de los encapuchados portaba, cada uno con una forma distinta, la cual modificaba la luz del fuego y proyectaba en la pared sólo lo que esta figura y su portador permitían. Esas sonrisas se interrumpieron súbitamente al contemplar a esa persona fugitiva que ahora gozaba de una fuerza que ninguno de los encapuchados podía parar.


 De alguna forma al borrar esas sonrisas supo que lo estaba haciendo bien y decidió proseguir en la búsqueda de una salida. Aquella caverna era grande, y sin duda anduvo sin orientación lo que podían haber sido días, pero la fuerza que ahora poseía vibraba fuerte en su interior haciéndole de guía hacia el exterior. Un rayo blanquecino cegó sus ojos por un instante, después pudo contemplar un punto blanco en la distancia y empezó a correr hacia él. Sus últimos pasos en el interior de la caverna iban ralentizando su marcha, parando a la salida de la misma para mirar hacia el cielo y contemplar la realidad que siempre conoció. El aire fluía hacia sus pulmones, llevando a su nariz el olor a hierba húmeda y los colores le invadían los ojos. Ahora era totalmente libre.


 Sus cinco sentidos antes ansiosos de conocer, ahora gozaban dejando a la realidad llenarlos de experiencias.  Todo era perfecto y a la vez no era nada al lado de aquello, aquella figura resplandeciente que ahora se le acercaba y apoyando la mano en su hombro con un delicado toque le decía "Ve y dile a todos que no tienen por qué vivir de esa forma". Comprendió que aquella figura no era si no la pura sabiduría que enamoraba a la mente y saciaba al espíritu, esa sabiduría que no era sino lo mejor, lo bueno, y por ello obró según sus indicaciones.


 Una vez hubo regresado junto a los demás les explicó lo ocurrido con todo detalle, ofreciéndoles la posibilidad de seguir ese mismo camino hacia la libertad, pero unos no le creyeron, otros dudaban y no queriendo ganarse enemigos optaron por no actuar y al final todos atribuyeron la locura a sus narraciones y volvieron sus cabezas para contemplar la danza de sombras en la pared. Los encapuchados retornaron las malvadas sonrisas de triunfo a sus caras y no quedó más opción que regresar en soledad al exterior. Allí la sabiduría aguardaba de nuevo, y al verle  aparecer le besó la frente. "No te preocupes, no todos están preparados para ser libres". Desde entonces se achaca la locura a aquellos comportamientos ansiosos de conocimiento y cuyo único fin es la libertad.

viernes, 4 de mayo de 2012

El pozo

  En aquella explanada había un pozo de piedra. Algunas hierbas lo abrazaban y un par de árboles inclinaban sus ramas a mirar a mirar al interior. El pozo estaba lleno, a punto de desbordarse, y de las ramas de los árboles caía más agua gota a gota. Esas pequeñas lágrimas de nube se deslizaban rápidamente por las hojas hasta caer. A los dos segundos caía otra, tras otros dos, otra. Todas las gotas caían en el centro removían simétricamente las aguas con sus ondas. Llevaba meses sin llover y el cielo estaba despejado, los demás árboles estaban secos y deshojados, pero aquellos dos se mantenían verdes y jóvenes continuando el llanto sobre el pozo. Todo estaba en absoluto silencio, sólo el impacto de las gotas marcaba el latido del bosque.

  El borde del pozo lo marcaban varias piedras totalmente lisas que le invitaban a reposar tras su largo viaje. El agua era más que apetecible tras dos días sin beberla, pero podría estar contaminada o peor aún, embrujada. Nadie podía negar que aquel lugar tuviera algo de mágico. En una oquedad de uno de los árboles se vislumbraba una talla con forma de cuenco. Sus bordes eran romos y suaves como la seda .La tentación lo empujó a beber. Hundió el cuenco en el agua llenándolo, lo retiró para beberlo sin que descendiese el nivel del pozo, lo apoyó en sus labios y sintió el agua acariciar su lengua y descender por todo su cuerpo. Un suspiro resonó tras sus oídos con la última gota. Sentado en el borde del pozo, un brazo surgió detrás de él para acariciarle el pecho y retirarle el cuenco de las manos con la ayuda de un segundo. Una muchacha de cabellos rubios como destellos de sol pareció salir del pozo, totalmente seca, caminando en frente de él. Los ojos azules como el mar se fijaron sobre los de aquél hombre y tras una breve sonrisa bebió del cuenco. Él mantuvo la mirada y sintió cómo sus fuerzas se desvanecían lentamente. Cuando la muchacha terminó, una gota rojiza resbaló desde la comisura de sus labios. La muchacha se lamió los labios suavemente.

-Así como tú bebes mi sangre yo puedo beber la tuya ¿Es justo no?-

  No había duda de que era una bruja. Había oído varios relatos, nada más que fantasías, nadie pensaría que existiesen en esos tiempos.

-¿Cuál es tu nombre, bruja?-

  La muchacha sonrió.

-¿Acaso importa? Sólo es una forma de marcarnos y diferenciarnos. ¿No somos iguales tú y yo?-

  La muchacha se acercó al pozo y llenó el cuenco, después se sentó a su lado y se lo puso en las manos ofreciéndoselo. Él la miró y bebió del cuenco. Ella soltó un gemido y sonrió.

  Lo encontraron una semana más tarde, en una explanada seca y desértica, junto a las piedras de lo que hubiese sido un pozo siglos atrás, sosteniendo un trozo de madera curvo de bordes astillados, con la boca rasgada y sin una gota de sangre en el cuerpo.

domingo, 15 de abril de 2012

Habitación de luces

  Entró en aquella oscura habitación, cerrando la puerta tras de sí, despacio, con una mano en el pomo y otra en la madera, como acariciándola. Cerró el pestillo y apoyó en ella la cabeza suspirando. Cerró los ojos unos segundos y más por inercia que por propia fuerza dejó que su cuerpo se volteara para contemplar el habitáculo, oscuro, pero lleno de pequeñas luces. A su izquierda el escritorio y una serie de estanterías que daban cobijo a las luces de la impresora al fondo. Un poco antes las del ordenador, encima el botón de encendido de la pantalla, la pequeña verde del altavoz, el móvil cargando y otros pocos destellos tintineantes. En frente, las luces de las  farolas se abrían paso entre los agujeros de la persiana para quedar atrapadas en la cortina. Algún aparato iluminaba la esquina derecha emitiendo una suave música. Aquello parecía la ciudad de Las Vegas, tanto brillo en la oscuridad de un desierto. Más cerca aún, tras el perfil del armario se escondía una cama deshecha, con un par de cojines esparcidos y la manta acurrucada a un lado. Ella podría estar ahí detrás, escondida en las sombras, cubriendo la almohada con sus cabellos, respirando suavemente, lo estaba escuchando, el aire entrar ansioso en su pecho y salir despacio con recelo.

  Abandonó el calor del radiador bajo el perchero que quedaba oculto al abrir la puerta y comenzó a caminar de puntillas por el frío suelo hasta la alfombra, donde apartando de su camino la ropa allí tirada llegó al borde de la cama, donde sentado se quedó mirándola. La almohada dormía arropada por los castaños cabellos, las sábanas de seda se pegaban a su delicada piel buscando calor y un cojín se abrazaba a su pecho. Su figura se movía despacio con cada respiración. Algún que otro suspiro portaba su perfume inundando la habitación.

  Recordaba aquella tarde grisácea paseando junto a ella por Londres. Resultaba fascinante observar cómo todo el bullicio y el estrés de las transitadas calles desaparecía para ellos dos, como si una burbuja de felicidad impidiese romper aquel momento. Estaba preciosa, sus pantalones vaqueros, las botas, esa camiseta marrón ajustada y la chaqueta de cuero, todo parecía diseñado para ella, para cada detalle de su cuerpo, aunque sin duda lo que más resaltaba de todo el conjunto eran aquellas gemas brillantes e inocentes que observaban perplejas el mundo con una grácil sonrisa.

  No podía ser más feliz entonces, una espectacular ciudad, una cálida belleza como compañera, un momento de éxtasis y un amor que nunca lo abandonaría. Así, en su sueño, siguió recordando.