domingo, 15 de abril de 2012

Habitación de luces

  Entró en aquella oscura habitación, cerrando la puerta tras de sí, despacio, con una mano en el pomo y otra en la madera, como acariciándola. Cerró el pestillo y apoyó en ella la cabeza suspirando. Cerró los ojos unos segundos y más por inercia que por propia fuerza dejó que su cuerpo se volteara para contemplar el habitáculo, oscuro, pero lleno de pequeñas luces. A su izquierda el escritorio y una serie de estanterías que daban cobijo a las luces de la impresora al fondo. Un poco antes las del ordenador, encima el botón de encendido de la pantalla, la pequeña verde del altavoz, el móvil cargando y otros pocos destellos tintineantes. En frente, las luces de las  farolas se abrían paso entre los agujeros de la persiana para quedar atrapadas en la cortina. Algún aparato iluminaba la esquina derecha emitiendo una suave música. Aquello parecía la ciudad de Las Vegas, tanto brillo en la oscuridad de un desierto. Más cerca aún, tras el perfil del armario se escondía una cama deshecha, con un par de cojines esparcidos y la manta acurrucada a un lado. Ella podría estar ahí detrás, escondida en las sombras, cubriendo la almohada con sus cabellos, respirando suavemente, lo estaba escuchando, el aire entrar ansioso en su pecho y salir despacio con recelo.

  Abandonó el calor del radiador bajo el perchero que quedaba oculto al abrir la puerta y comenzó a caminar de puntillas por el frío suelo hasta la alfombra, donde apartando de su camino la ropa allí tirada llegó al borde de la cama, donde sentado se quedó mirándola. La almohada dormía arropada por los castaños cabellos, las sábanas de seda se pegaban a su delicada piel buscando calor y un cojín se abrazaba a su pecho. Su figura se movía despacio con cada respiración. Algún que otro suspiro portaba su perfume inundando la habitación.

  Recordaba aquella tarde grisácea paseando junto a ella por Londres. Resultaba fascinante observar cómo todo el bullicio y el estrés de las transitadas calles desaparecía para ellos dos, como si una burbuja de felicidad impidiese romper aquel momento. Estaba preciosa, sus pantalones vaqueros, las botas, esa camiseta marrón ajustada y la chaqueta de cuero, todo parecía diseñado para ella, para cada detalle de su cuerpo, aunque sin duda lo que más resaltaba de todo el conjunto eran aquellas gemas brillantes e inocentes que observaban perplejas el mundo con una grácil sonrisa.

  No podía ser más feliz entonces, una espectacular ciudad, una cálida belleza como compañera, un momento de éxtasis y un amor que nunca lo abandonaría. Así, en su sueño, siguió recordando.