lunes, 18 de junio de 2012

La caverna


 La caverna estaba fría, habría hecho ya un par de semanas que llegó allí junto con otro par de individuos, aunque no eran los únicos allí. Estaban encadenados a una pared, todos cabizbajos observando de reojo aquella pared grisácea que les quedaba enfrente en el oscuro habitáculo. Como estrellas fugaces algunas sombras cruzaban de lado a lado bailando entre algunos haces de luz. Un escuálido muchacho observaba el baile de luz y oscuridad en la pared como si de una película se tratase, intentando descifrar algún mensaje que le diese una pista de su situación. Unos metros hacia la derecha una mujercilla que apenas superaba el par de décadas ocultaba la cara entre sus manos dejando caer hacia adelante sus cabellos, rompiendo en llanto ante la impotencia.


 Decidió que no podía resignarse sólo a mirar a la pared o a llorar hasta deshidratarse y  alzó la mirada hacia el techo. Como si su cuerpo hubiese estado espiando sus pensamientos, una fuerza sobrehumana corría ahora por sus venas. Las cadenas se rompieron en sus muñecas, deshaciéndose en pedazos como si sólo estuviesen hechas de arena. Con ansias de verdad y justicia se erguió de entre lo lúgubre y miró tras de sí. Una ola de humo se deslizó dentro de su nariz, y el olor a azufre le hizo mirar hacia el gran fuego, un fuego intenso y variable que aclaraba la vista y despertaba a la mente de las tinieblas. Unas figuras hacían penitencia en torno a la llama, sus capuchas sólo dejaban ver unas diabólicas sonrisas que soltaban alguna carcajada al mover el estandarte que cada uno de los encapuchados portaba, cada uno con una forma distinta, la cual modificaba la luz del fuego y proyectaba en la pared sólo lo que esta figura y su portador permitían. Esas sonrisas se interrumpieron súbitamente al contemplar a esa persona fugitiva que ahora gozaba de una fuerza que ninguno de los encapuchados podía parar.


 De alguna forma al borrar esas sonrisas supo que lo estaba haciendo bien y decidió proseguir en la búsqueda de una salida. Aquella caverna era grande, y sin duda anduvo sin orientación lo que podían haber sido días, pero la fuerza que ahora poseía vibraba fuerte en su interior haciéndole de guía hacia el exterior. Un rayo blanquecino cegó sus ojos por un instante, después pudo contemplar un punto blanco en la distancia y empezó a correr hacia él. Sus últimos pasos en el interior de la caverna iban ralentizando su marcha, parando a la salida de la misma para mirar hacia el cielo y contemplar la realidad que siempre conoció. El aire fluía hacia sus pulmones, llevando a su nariz el olor a hierba húmeda y los colores le invadían los ojos. Ahora era totalmente libre.


 Sus cinco sentidos antes ansiosos de conocer, ahora gozaban dejando a la realidad llenarlos de experiencias.  Todo era perfecto y a la vez no era nada al lado de aquello, aquella figura resplandeciente que ahora se le acercaba y apoyando la mano en su hombro con un delicado toque le decía "Ve y dile a todos que no tienen por qué vivir de esa forma". Comprendió que aquella figura no era si no la pura sabiduría que enamoraba a la mente y saciaba al espíritu, esa sabiduría que no era sino lo mejor, lo bueno, y por ello obró según sus indicaciones.


 Una vez hubo regresado junto a los demás les explicó lo ocurrido con todo detalle, ofreciéndoles la posibilidad de seguir ese mismo camino hacia la libertad, pero unos no le creyeron, otros dudaban y no queriendo ganarse enemigos optaron por no actuar y al final todos atribuyeron la locura a sus narraciones y volvieron sus cabezas para contemplar la danza de sombras en la pared. Los encapuchados retornaron las malvadas sonrisas de triunfo a sus caras y no quedó más opción que regresar en soledad al exterior. Allí la sabiduría aguardaba de nuevo, y al verle  aparecer le besó la frente. "No te preocupes, no todos están preparados para ser libres". Desde entonces se achaca la locura a aquellos comportamientos ansiosos de conocimiento y cuyo único fin es la libertad.