El borde del pozo lo marcaban varias piedras
totalmente lisas que le invitaban a reposar tras su largo viaje. El agua era
más que apetecible tras dos días sin beberla, pero podría estar contaminada o
peor aún, embrujada. Nadie podía negar que aquel lugar tuviera algo de mágico.
En una oquedad de uno de los árboles se vislumbraba una talla con forma de
cuenco. Sus bordes eran romos y suaves como la seda .La tentación lo empujó a
beber. Hundió el cuenco en el agua llenándolo, lo retiró para beberlo sin que
descendiese el nivel del pozo, lo apoyó en sus labios y sintió el agua
acariciar su lengua y descender por todo su cuerpo. Un suspiro resonó tras sus
oídos con la última gota. Sentado en el borde del pozo, un brazo surgió detrás
de él para acariciarle el pecho y retirarle el cuenco de las manos con la ayuda
de un segundo. Una muchacha de cabellos rubios como destellos de sol pareció
salir del pozo, totalmente seca, caminando en frente de él. Los ojos azules
como el mar se fijaron sobre los de aquél hombre y tras una breve sonrisa bebió
del cuenco. Él mantuvo la mirada y sintió cómo sus fuerzas se desvanecían
lentamente. Cuando la muchacha terminó, una gota rojiza resbaló desde la
comisura de sus labios. La muchacha se lamió los labios suavemente.
-Así como tú
bebes mi sangre yo puedo beber la tuya ¿Es justo no?-
No había duda de que era una bruja. Había
oído varios relatos, nada más que fantasías, nadie pensaría que
existiesen en esos tiempos.
-¿Cuál es tu
nombre, bruja?-
La muchacha
sonrió.
-¿Acaso importa?
Sólo es una forma de marcarnos y diferenciarnos. ¿No somos iguales tú y yo?-
La muchacha se acercó al pozo y llenó el
cuenco, después se sentó a su lado y se lo puso en las manos ofreciéndoselo. Él
la miró y bebió del cuenco. Ella soltó un gemido y sonrió.
Lo encontraron una semana más tarde, en una explanada seca y desértica, junto a las piedras de lo que hubiese sido un pozo siglos atrás, sosteniendo un trozo de madera curvo de bordes astillados, con la boca rasgada y sin una gota de sangre en el cuerpo.