viernes, 4 de mayo de 2012

El pozo

  En aquella explanada había un pozo de piedra. Algunas hierbas lo abrazaban y un par de árboles inclinaban sus ramas a mirar a mirar al interior. El pozo estaba lleno, a punto de desbordarse, y de las ramas de los árboles caía más agua gota a gota. Esas pequeñas lágrimas de nube se deslizaban rápidamente por las hojas hasta caer. A los dos segundos caía otra, tras otros dos, otra. Todas las gotas caían en el centro removían simétricamente las aguas con sus ondas. Llevaba meses sin llover y el cielo estaba despejado, los demás árboles estaban secos y deshojados, pero aquellos dos se mantenían verdes y jóvenes continuando el llanto sobre el pozo. Todo estaba en absoluto silencio, sólo el impacto de las gotas marcaba el latido del bosque.

  El borde del pozo lo marcaban varias piedras totalmente lisas que le invitaban a reposar tras su largo viaje. El agua era más que apetecible tras dos días sin beberla, pero podría estar contaminada o peor aún, embrujada. Nadie podía negar que aquel lugar tuviera algo de mágico. En una oquedad de uno de los árboles se vislumbraba una talla con forma de cuenco. Sus bordes eran romos y suaves como la seda .La tentación lo empujó a beber. Hundió el cuenco en el agua llenándolo, lo retiró para beberlo sin que descendiese el nivel del pozo, lo apoyó en sus labios y sintió el agua acariciar su lengua y descender por todo su cuerpo. Un suspiro resonó tras sus oídos con la última gota. Sentado en el borde del pozo, un brazo surgió detrás de él para acariciarle el pecho y retirarle el cuenco de las manos con la ayuda de un segundo. Una muchacha de cabellos rubios como destellos de sol pareció salir del pozo, totalmente seca, caminando en frente de él. Los ojos azules como el mar se fijaron sobre los de aquél hombre y tras una breve sonrisa bebió del cuenco. Él mantuvo la mirada y sintió cómo sus fuerzas se desvanecían lentamente. Cuando la muchacha terminó, una gota rojiza resbaló desde la comisura de sus labios. La muchacha se lamió los labios suavemente.

-Así como tú bebes mi sangre yo puedo beber la tuya ¿Es justo no?-

  No había duda de que era una bruja. Había oído varios relatos, nada más que fantasías, nadie pensaría que existiesen en esos tiempos.

-¿Cuál es tu nombre, bruja?-

  La muchacha sonrió.

-¿Acaso importa? Sólo es una forma de marcarnos y diferenciarnos. ¿No somos iguales tú y yo?-

  La muchacha se acercó al pozo y llenó el cuenco, después se sentó a su lado y se lo puso en las manos ofreciéndoselo. Él la miró y bebió del cuenco. Ella soltó un gemido y sonrió.

  Lo encontraron una semana más tarde, en una explanada seca y desértica, junto a las piedras de lo que hubiese sido un pozo siglos atrás, sosteniendo un trozo de madera curvo de bordes astillados, con la boca rasgada y sin una gota de sangre en el cuerpo.